Mentira que suena a verdad

Carlos Herrera*

HERRERA OK Gracias al enorme talento que tiene el populismo para manipular y distorsionar deliberadamente las ideas y los conceptos, hay uno que ha ido perdiendo, por boca del populismo sudamericano, su verdadera acepción y significado. Porque la “Democracia Representativa” Occidental, aquella que consiste en elegir en comicios abiertos a los representantes políticos para que éstos, en nombre de la sociedad tomen las decisiones de orden y organización necesarias para la buena marcha de sus asuntos, es la culminación de más de dos mil años de historia política sobre la tierra, no un invento reciente susceptible de innovaciones caprichosas, en apariencia muy originales.

La Democracia tal y como se la concibe hoy en el mundo, es un sistema de organización política que permite que los intereses sociales en pugna (un asunto común en toda sociedad) encaucen su batalla hacia unos espacios deliberativos donde rigen los principios de la representatividad y la negociación basada en la legalidad vigente. No es por tanto movilizando milicias para imponer puntos de vista por la fuerza, o mediante caudillos que no respetan las leyes, o defenestrando autoridades a la mala que la Democracia resuelve sus conflictos, sino a través del diálogo y la negociación racional en los parlamentos.



Una prueba clara del éxito del sistema representativo es que hay infinidad de países exitosos que han sido capaces de encauzar sus asuntos mediante la técnica de la representatividad política, sin apelar a esas huestes violentas que el populismo utiliza bajo el pretexto de la "democracia directa". Esto es, que han aprendido a manejar sus conflictos a través de la representación política y la negociación de los intereses. Lo que quiere decir también que entienden la política como un asunto de negociación en la que todos ganan algo, no como un asunto de suma cero.

Milicias movilizadas no es (como el populismo le quiere hacer creer a la gente) una nueva forma de praxis democrática. Esto, aunque suena muy bien, no es más que una mentira de buen aspecto. Imponer ideas a la fuerza no es una característica democrática, mucho menos aplastar los derechos de las minorías.

La idea de la participación directa en la política es vieja y viene de la antigua Grecia, inventora de la Democracia. Se decía que había allí una democracia con participación directa porque los griegos solían adoptar sus decisiones políticas más importantes (guerras, leyes, tributos o nombramiento de autoridades) en una asamblea abierta en la que todos los que tenían la calidad de ciudadanos podían tomar la palabra. Esto era posible porque se trataba de una sociedad con una población reducida, apenas unos miles podían votar. Será bueno hacer notar también, que aún allí, todo se resolvía con votación y de acuerdo a la costumbre. A ningún griego se le ocurría la idea de imponer un procedimiento de tramitación fuera de la costumbre y las leyes, o intimidar a los votantes para dirigir su voluntad, mucho menos sacar del juego político a los de ideas diferentes, una práctica común del populismo seudodemocrático.

La participación ciudadana en las democracias actuales es -por el tamaño de las sociedades- un asunto más complejo y mucho más regulado. En la Constitución dice, por ejemplo, que las personas pueden elegir a sus autoridades, o ser elegidas ellas mismas para la función pública, siempre y cuando cumplan con los requisitos de nacionalidad, mayoría de edad y ausencia de condena penal. No puede entonces un menor de edad ir a votar o ser elegido alcalde, como tampoco puede postularse a Presidente de la Nación un extranjero.

Participar es, entonces, en las actuales democracias, intervenir en la política siguiendo las reglas legales. La idea de participación implica además una cierta noción racional de lo que se hace. Decir que alguien participa en política, cuando sólo se trata de golpes e intimidación, es una manipulación desvergonzada del concepto de participación política, porque en Democracia, la participación de la gente se da a través del voto o el concurso para acceder a los puestos públicos. Participar no quiere decir salir a las calles para imponer con violencia o intimidación –violando además un rosario de derechos ajenos- lo que uno quiere que se legisle; eso no es participación, es violencia delictiva.

La Democracia es "participativa" porque da a las personas la posibilidad de escoger libremente a sus representantes y sus programas de gobierno, ocasionalmente votar sobre ciertas decisiones políticas (referéndum sobre leyes o temas políticos) o en su caso participar directamente, si usted tiene el suficiente respaldo político, en el gobierno como autoridad pública.

Y es asimismo "representativa", porque siendo de razón elemental entender que es imposible que una comunidad de millones se reúna en asamblea abierta a tomar decisiones, se apela a la figura jurídica de la representación política, esto es, investir a algunas personas con el poder de tomar decisiones políticas en nuestro nombre; una figura, dicho sea de paso, que surgió en la Edad Media y como extensión de la figura del mandato privado, ya existente por entonces.

La figura de la representación política es hoy entonces sinónimo de Democracia, también porque por la complejidad y especialización de muchos de los temas sociales actuales (energía, economía, tributación, etc.) es de sentido común poner estos asuntos en manos de personas competentes, para que no ocurra lo que pasa con los gobiernos populistas, que a fuerza de “participación directa”, es decir, improvisación, demagogia e incompetencia, terminan estancando la inversión económica y dañando severamente las economías de los pueblos, lo que equivale a una condena de pobreza, ya que sin inversiones ni actividad económica dinámica y sostenible no hay posibilidad alguna de que las personas mejoren su vida, porque para ello es esencial un medio que ofrezca los trabajos y los salarios que hagan posible tal cosa.

*Abogado