¿Presidenta Marina Silva?

Un porcentaje de votantes de centroderecha que en primera vuelta se inclinan por Neves dicen estar dispuestos a votar por ella en segunda vuelta para sacar del poder a Dilma.               Álvaro Vargas Llosaalvaro_vargas_llosaCasi en el mismo momento en que Ibope publicaba la encuesta en que Marina Silva se colocaba a cinco puntos de Dilma Rousseff en primera vuelta y la derrotaba por nueve puntos en segunda vuelta, se anunció en la prensa financiera que Advent International, la compañía estadounidense de capital riesgo, invertiría en Cataratas do Iguaçu, la empresa proveedora de servicios para parques nacionales que tiene participación en la operadora del Cristo Redentor de Río de Janeiro. Y casi al mismo tiempo que se confirmaba que la tasa de crecimiento económico de Brasil será este año inferior a uno por ciento, Telefónica y Telecom Italia lanzaban propuestas rivales por el brazo brasileño de Vivendi, la unidad de banda ancha GVT.Una aparente contradicción que en el mismo momento en que la clase media brasileña vuelca en la campaña electoral su descontento con el gobierno de Dilma, los capitales extranjeros apuestan por ella (tanto Cataratas como GVT brindan bienes y servicios a la clase media: su futuro depende umbilicalmente de ella). Sin embargo, la contradicción es engañosa; ni siquiera la percibo en el hecho de que un 70 por ciento de los votantes estén diciendo a los encuestadores que están satisfechos en relación con el progreso obtenido en estos años y ansiosos de un cambio.Tampoco extraña que Marina Silva, una candidata ecologista vagamente situada en la izquierda, haya disparado la confianza empresarial con los tres sondeos que en los últimos días le otorgan la victoria en un hipotético balotaje. La bolsa, que lleva mucho tiempo anémica, y la moneda, que ha perdido valor desde el año pasado, tuvieron un repunte notorio cuando se confirmó su candidatura. El mensaje del capital era claro: aunque preferimos al candidato de centroderecha, Aécio Neves, la prioridad es sacar del camino al Partido de los Trabajadores, gran responsable del agotamiento del modelo, y empezar la reforma aunque sea con Marina, que necesitará el apoyo de la Social Democracia Brasileña en el Congreso cuando llegue la hora de tomar decisiones.Hasta hace pocas semanas, a Dilma le tenía sin cuidado que la clase empresarial que tanto se jugó por el PT desde que Lula da Silva dejó de lado lo peor de su viejo repertorio no perdiese oportunidad de denunciar sus políticas intervencionistas, proteccionistas y contradictorias, así como su cercanía, tanto por la vía diplomática como a través de la política de créditos para el desarrollo, a gobiernos populistas de izquierda (a pesar de que varias de esas mismas empresas se benefician de estos créditos, lo que constituye, esto sí, una contradicción sin atenuantes). Me ha tocado, como a muchos otros disertantes latinoamericanos, estar en innumerables foros empresariales brasileños donde no se habla de otra cosa que de cambiar el modelo que tiene a ese país sin crecer desde hace cuatro años. Pero mientras este descontento del capital no tuviera un correlato electoral, la presidenta no tenía nada que temer.Después de todo, el candidato que representa el cambio de modelo abiertamente, Aécio Neves, no era una amenaza para ella. No tiene el carisma suficiente para desbancar a un partido de masas y su programa, que incluye reducir los ministerios a la mitad, desregular amplios sectores de la economía y limitar el dispendio estatal que ha alimentado el consumismo inflacionista, es fácilmente caricaturizable desde el populismo. Además, Eduardo Campos, entonces el tercero en discordia, era un socialista sin arraigo nacional, con una base muy concentrada en Pernambuco, donde había sido gobernador, y ayudaba a diluir a la oposición porque concentraba a un sector minoritario de descontentos que de ningún modo aceptarían pasarse a la centroderecha. Además, en la medida en que Campos era visto como parte de la política tradicional a pesar de su relativa juventud, el descontento con el PT se dividía entre él y un amplio bolsón de votantes partidario del voto en blanco o nulo.Todo esto cambió con la muerte, en un accidente aéreo, de Campos y la irrupción de Marina Silva, la menuda y meliflua candidata que había llegado tercera en la campaña de 2010 y había acabado apoyando a Campos como segunda de a bordo, al no haber podido inscribir un partido propio. Con ella al mando, los supuestos sobre los que reposaba la seguridad de Dilma y que describí muy sucintamente volaron por los aires. Independientemente del factor conmiseración, que en estos casos siempre juega un papel, el impacto inicial fue la recomposición del descontento: se redujo en muy poco tiempo el número de votantes en blanco y votantes indecisos que se negaban antes de este nuevo escenario a optar por un candidato. Marina redujo a la mitad ambas cosas, captando de entrada un voto que había eludido a Campos y que Neves jamás conseguiría. También empezó a despertar en el sector empresarial, muy poderoso en Sao Paulo, una curiosidad e interés que el fallecido candidato jamás habría logrado y que hasta ese momento sólo captaba la centroderecha, aglutinada alrededor de Neves, aunque parecía imposible que este opositor asediara la posición de dominio de Dilma.No es difícil entender por qué los empresarios han visto en Marina una opción. Su ecologismo y su izquierdismo “new age” no son tan amenazantes como el izquierdismo institucionalizado del PT ni tan ideologizado como el de amplios sectores de ese partido. Su conservadurismo moral, proveniente de su evangelismo, es visto como un atenuante de sus instintos socialistas. Y, lo que acaso es más importante, en un Brasil en el que el PT es tan apabullante, alguien como ella, prácticamente huérfana de estructura, necesitará reposar el día de mañana en el centroderechista PSDB si pretende una cierta gobernabilidad, la palabreja de moda. Tan consciente es ella misma de esto, que en su primer debate presidencial, la noche del miércoles, elogió parte de la herencia de Fernando Henrique Cardoso que, continuada por el PT, ha dado a Brasil un progreso palpable.Las encuestas ya empiezan a reflejar a escala popular el mismo cálculo que los empresarios hacen en los pasillos corporativos, pues claramente un porcentaje de votantes de centroderecha que en primera vuelta se inclinan por Neves dicen estar dispuestos a votar por ella en segunda vuelta para sacar del poder a Dilma. Eso da, por el momento, nueve puntos de ventaja a la recién llegada contra la mandataria. El discurso cuidadoso de Marina hacia la base de centroderecha sugiere que ella es muy consciente de que en segunda vuelta le será indispensable ese voto.Esto mismo es lo que los empresarios empiezan a valorar. Sabedores de que sin ese voto no podría ganar en segunda vuelta y arrojar del poder a Dilma, y de que sin esa base tampoco podría gobernar frente a un PT con capacidad para desestabilizarla, los empresarios son los principales interesados en que Marina preserve un cierto perfil de centroizquierda, de populismo gestual y retórico, aun si en los hechos acepta que ciertas reformas más o menos liberales son indispensables para destrabar la vida económica.El papel de Neves, ex gobernador de Minas Gerais, estado minero por excelencia, puede ser determinante en todo esto. Por ahora, critica, sin nombrarla, a Marina, que le ha venido a robar el segundo puesto en la carrera, diciendo que Brasil no está para “aficionados”. Debe ser un golpe duro haber quedado relegado tan súbitamente después de un esfuerzo que lleva tiempo por convertirse en el retador de Dilma. Pero Neves sabe dos cosas: que la prioridad es sacar al PT, una mole política contra la cual nada puede hacer solo, y que su papel puede ser de primer orden en un gobierno de Marina. Podría jugar algo así como la función que ha jugado durante años el ex Presidente José Sarney en beneficio del PT, liderando la bancada del Partido del Movimiento Democrático Brasileño, la principal después del PT en la coalición gobernante, y por tanto garantizando a Lula y a Dilma la gobernabilidad. A cambio, no sólo presidió el Senado, sino que acaparó grandes cuotas de poder.La complejidad del sistema federal brasileño y el reflejo de todo ello en la intrincada composición parlamentaria obligan a operar dentro de unas reglas de juego que exigen el uso de políticos experimentados con cuotas de poder significativas. Es allí donde Marina está más en desventaja. Aunque su figura puede movilizar a millones de compatriotas hartos de ese sistema que asocian con la corrupción, a la hora de gobernar será imposible reformar nada a menos que encuentre la forma de subvertir el sistema institucional desde adentro. Para ello se verá obligada a pactar con el PSDB.Es prematuro hacer un pronóstico: Dilma tiene aún muchos recursos para recuperarse. Ya empezó a emplear algunos de ellos a fondo. Lula da Silva, su mentor, ha entrado en campaña; a medida que crezca el peligro, intensificará su presencia. Por otro lado, el gobierno ha echado mano de su arma económica: el dinero público y la expansión monetaria. En los últimos días buscó la fórmula -mediante la modificación de las reglas de juego bancarias- para inyectar 55 mil millones de reales a la economía, reduciendo las exigencias que obligaban a los bancos a mantener esos fondos como reservas. Podemos estar seguros de que -exactamente igual que en 2010, cuando el gasto público se multiplicó vertiginosamente en favor de la actual presidenta y entonces candidata- el Estado brasileño hará lo indecible para cerrarle las puertas del poder a la oposición.Mala noticia, desde luego, para la economía. En el último semestre ha entrado en leve recesión, la inflación bordea un alto 6,5% (la palabra “estanflación” impregna el ambiente) y el capital extranjero ya no cubre el déficit exterior, que supera los 80 mil millones de dólares (contra 60 y pico mil millones de inversión foránea). Lo último significa que Brasil tendrá que endeudarse aún más o gastar reservas. Aunque tiene todavía muchas reservas, esa dinámica es propia de una economía en crisis, no de una economía “estrella”, como quería Dilma, una de las líderes más empeñosas de los Brics.Será fascinante ver la evolución de lo que queda de campaña en Brasil. América Latina se juega parte de su futuro allí. Las cosas no están en su sitio cuando el país líder del continente está, en términos políticos y económicos, por detrás de tantos países a los que, se supone, lidera. Situación contraria es la de Alemania, el líder europeo que aun en tiempos de crisis señala el derrotero. Para poner las cosas en su sitio, Brasil necesita volver a tomar la delantera. Ese es el verdadero asunto de esta campaña.La Tercera – Chile