¿Y si mañana fueras Presidente de Bolivia?

 

Sé generoso conmigo, estimado lector, y sígueme la corriente. Tampoco te preocupe si ya no es Carnaval y estamos en Cuaresma porque, lamentablemente, la Luz que hoy nos guía en Bolivia es poca pero, a la vez, pareciera que vivimos un eterno Carnaval… de mascaradas.

Vamos a pensar —no seas tímido ni pretensioso— que mañana te despiertas Presidente de Bolivia. Sin necesidad de esforzarte mucho porque el Dedo te señaló: el Dedo del Rey Momo, ¡es Carnaval Permanente!, no te preocupes. Olvídate de discursos: mejor que para otros que te precedieron, nadie espera algo de ti; al final de todo, nunca pudiste decidir nada —¡ni se te ocurrió lanzar globos congelados!— antes de este Carnaval más allá de tener siempre la serpentina y la mixtura disponibles para cuando pasara el Rey Momo.



Porque piensa que fuiste muy bueno para conseguirle al Rey —Momo, claro— lo que te pedía: ¡bah!, no te era difícil, los vientos alisios te fueron favorables —¡vaya que sí!, más allá de lo que esperabas y muchísimo más de lo que soñara tu Rey… Momo— y, como decía el refrán, esos deseos “eran de coser y cantar”

Fuiste siempre muy feliz porque todos te creían Mago, un nigromante solitario que se pensaba como Midas. Eras bueno para eso; no hay como pavonearse sin riesgo.

—Me vas a cuidar el trono— te dijo el Rey Momo. Y tú asentiste. —Caliéntalo pero no te engolosines. Y haz lo que te diga, todo va a salir bien—. Mal te conocía.

Pero ¡guay!, hoy eres el Señor Presidente, el Primer Mandatario, el Excelentísimo, con guardia propia y vehículos blindados (¿nunca tuviste uno de esos juguetes, verdad?). El Hombre De La Billetera… ¡y te engolosinan los aduladores!, sobre todo si los pagas con dinero que no es tuyo ¡porque es del Estado, que te has cansado de oír que es de nadie! Pero está siendo el antiMidas, el que destruye el oro que tocas… ¿y cuando no tengas qué repartir?

Pero estate tranquilo: no eras un Cámpora (claro que “tu amigo” no era el General tampoco) y el Rey Momo es ahora una caricatura y en el juego de dos —el Gil-que-ata es un patético graffiti de una parafilia indianista— le ganas porque tienes el garrote y el monedero (no importa si vacío mientras se crean que no lo está, que escondiste algo aún). Ah, y porque la acera de enfrente está vacía, aún con más ruido que pocas nueces… pero ¿y si no lo estuviera?

Claro que aprendiste del Momo la narrativa de transliterar los fracasos como éxitos. Y bastante tiempo fuiste muy bueno en ello (concedo que no tú, sino tus artesanos de fantasías) hasta que de tanto “repetir el cántaro yendo a la fuente, que se rompió” y no te creen.

Cambiaste un mar de gases por otro de polvo blanquecino —no hablo del muy parecido del Chapare, el que también tiene su “mérito” de contención—; vendiste todo lo vendible y te endeudaste más allá del Tricentenario… ¿y qué vas a hacer? No tienes madera de Santos Bandera pero menos de Aureliano Buendía.

Oye, ¡ahuécate! Todo es pura fantasía; despierta, que esto que viviste fue sueño de un día de Carnaval y ya sabes que “los sueños, sueños son…”, ya lo dijo el sabio Segismundo. Quizás mucho acullico junto con chicha muy fermentada…

Y yo —no tú— ahora me pregunto:

—¿Qué pasará mañana? Sin Carnaval y con 40 (¿serán días, meses o años?) aún por delante. Como Castorp en la Montaña.