Receta del candidato ideal boliviano


 

En la última semana, los partidos políticos han estado presentando a sus candidatos a la vicepresidencia, listas de acompañantes o aliados estratégicos, y listas negras de quienes, después de ver su nombre, se rasgaron las vestiduras por la traición a su esmerado trabajo en esta gestión política concluyente.



Recordando que no existe la fórmula perfecta y viendo que, en redes sociales, los expertos en opinología, trolls y memes están tratando de desvirtuar los méritos de todos y cada uno de los acompañantes de binomios presidenciales en competencia, me puse a conversar con algunos amigos y les pedí que me ayuden a encontrar las características ideales del perfil de un candidato boliviano.

Encontré una receta ideal, adecuada, pero de sabor artificial, como muchos de los alimentos que consumimos en el día a día. Dado que la crisis y el tipo de cambio paralelo del dólar tienen los precios de la canasta familiar por las nubes, imaginé que así de caros deben ser los ingredientes que me den la receta del candidato o candidata ideal que nos represente en los próximos cinco años.

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Para preparar un buen candidato nacional boliviano, se requiere una mezcla cuidadosa de ingredientes esenciales que solo pueden madurar con el tiempo, la experiencia y un profundo compromiso con el país. La base de esta receta comienza con dos tazas colmadas de vocación de servicio al pueblo, una sustancia noble que sostiene la esencia de todo liderazgo genuino. A esto se le añade un litro de honestidad radical y coherente, sin adornos ni medias verdades, porque solo desde la verdad puede nacer la confianza.

Seguidamente, se incorpora una taza de empatía real, esa que conecta con la gente sencilla, con sus dolores, sus sueños y su esperanza cotidiana. Para darle claridad al mensaje, se mezcla con media taza de comunicación directa, sin soberbia ni rodeos, capaz de explicar lo complejo con palabras simples. Tres cucharadas de liderazgo con visión transformadora y humana le darán profundidad al carácter, mientras que un puñado de conocimiento político, económico y ético lo preparará para actuar con estrategia, sin perder el rumbo moral.

Dos ramitas de escucha activa, cultivadas con humildad campesina, permitirán que el candidato no solo hable, sino que sepa oír al pueblo en su diversidad. Cuatro cucharaditas de capacidad de romper estructuras sin perder el alma dotarán al liderazgo de audacia y sensibilidad. Se suma una pizca de rebeldía con causa y conciencia social, necesaria para cuestionar lo injusto sin caer en la arrogancia, y un puñado generoso de mano firme contra el abuso de poder, para ejercer la autoridad sin autoritarismo.

No puede faltar una cucharada sopera de austeridad sincera, vivida desde la coherencia personal y no desde el discurso vacío. Una taza de compromiso con la libertad, la justicia y la dignidad asegurará que las decisiones tengan siempre como centro a la persona humana. Para equilibrar el conjunto, se incorpora media taza de carisma sereno con profundidad filosófica, lo que permitirá inspirar sin fanatismo. Se agrega también una hoja de sabiduría, recogida en la lucha y la contemplación, y un chorrito de pasión por Bolivia, acompañado del más profundo respeto a la Madre Tierra.

Por último, se condimenta al gusto con dignidad humilde, valor ético y coherencia vital. Todo esto se mezcla en un bol de conciencia nacional y memoria histórica, y se bate hasta lograr una masa consistente que no se descomponga ante el poder ni se endurezca ante la crítica. Se cocina a fuego lento, en una olla de pensamiento crítico, donde las palabras sinceras y los silencios sabios impregnan de aroma cada decisión.

Esta receta se sirve con guarnición de memoria viva, diálogo intergeneracional y sentido profundo de comunidad. Y aunque toma años de preparación, los frutos que ofrece son de largo aliento: un líder humano, valiente, transformador y profundamente ético, capaz de guiar a Bolivia con el corazón firme y la mirada puesta en el bien común.

Consejo del chef: Esta receta no se cocina en tiempos electorales, sino en la vida diaria. Puede parecer simple, pero requiere un alma grande, un ego pequeño y una voluntad de acero para vivir con el pueblo, no encima de él.

Hoy las listas de inscritos se cierran y comienza la carrera de los que, según algunos —y según ellos mismos—, son “idóneos” al cargo. Algunos con logros merecidos, otros colgados de la oportunidad que se les da. Caras vemos, corazones no sabemos, y este pueblo renueva sus esperanzas apostando por personas que, ojalá, defiendan verdaderamente los intereses de quienes vayan a representar, y no los de ellos mismos.

El candidato ideal existe en el imaginario colectivo. ¿Cuántos no quisieran tener al Milei o al Bukele boliviano? ¿Al Mujica, quien murió con la austeridad que convirtió en símbolo de su compromiso con la igualdad social? El país solo espera que los nuevos representantes trabajen para defender a los ciudadanos de las injusticias y los abusos, que luchen por quienes no tienen voz y que el parlamento no vuelva a convertirse en el bochornoso ring de lucha libre, como lo ha sido hasta ahora.

 

Por: Teresa Gutiérrez Vargas