Una vez más, Evo Morales Ayma, el político sin escrúpulos ni límites en nuestra historia contemporánea, tiene al país en vilo. Ante la imposibilidad de lograr su habilitación como candidato a la presidencia, recurre a bloqueos de caminos, provoca enfrentamientos y amenaza con cercar las ciudades. El cerco, desde los tiempos de Tupac Katari y Bartolina Sisa, se ha constituido en un mecanismo de asedio a los centros urbanos. Los pobladores rurales cierran los accesos para someter a las ciudades e imponer exigencias políticas, privándolas de alimentos, medicamentos y servicios básicos, e impidiendo la libre transitabilidad. Este acto, a todas luces, viola derechos humanos y constitucionales.
El cerco a La Paz de Tupac Katari en 1781, que duró aproximadamente seis meses, fue una de las rebeliones indígenas más emblemáticas contra la corona española. La Paz simbolizaba el corazón del dominio colonial, y el cerco respondió a una estrategia de asfixia al régimen opresor. Aquella rebelión buscaba liberar territorios y a un pueblo esclavizado, marcando un hito en la resistencia indígena en Bolivia y América Latina.
Evo Morales, en cambio, utiliza lo emblemático de forma perversa, amenazando con cercar no solo La Paz, sino otras ciudades, para exigir su inscripción como candidato presidencial. Su acción no es una lucha de liberación, ni una rebelión contra un usurpador externo, ni un acto contra el imperialismo. Es, simplemente, su obsesión por volver al poder.
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La Constitución Política del Estado (CPE) es clara: el Tribunal Constitucional Plurinacional (TCP) sentenció que ningún boliviano puede ser presidente, de manera continua o discontinua, más de dos veces. Evo ya lo fue tres veces; no va más.
En 2019, tras las elecciones generales, la OEA verificó el fraude electoral perpetrado por Morales. Ante las protestas ciudadanas que exigían su renuncia, él amenazó con cercar las ciudades. Cometió un delito electoral, manipuló los resultados y, frente a la reacción popular, optó por el cerco como medida desesperada para aferrarse al poder. La ciudadanía en las calles lo obligó a renunciar, y terminó huyendo cobardemente. Abandonó a quienes instigó a bloquear, y él, que se autoproclama hijo de Tupac Katari, escapó llorando. Desde México, instruyó al cocalero Faustino Yucra: “Hermano, que no entre comida a las ciudades. Vamos a bloquear, cerco de verdad”.
En 2020, en plena pandemia de COVID-19, Morales ordenó bloqueos de carreteras que impidieron el ingreso de oxígeno medicinal a los hospitales. Él y sus seguidores, muchos de los cuales son hoy candidatos para las elecciones de agosto, son responsables de la muerte de 23 personas en La Paz, tres en Cochabamba y cinco en Oruro: 31 compatriotas fallecidos por falta de oxígeno.
En el actual proceso electoral, Evo insiste con la amenaza de bloquear y cercar La Paz. En un audio difundido por el dirigente Rudy Capquique, se plantea cerrar los accesos desde los Yungas y el lago Titicaca, con la instrucción: “Es con todo, hermanos, es la batalla final”.
Evo hace lo que mejor sabe: jugar al límite. Promueve el caos y exige la renuncia de Arce, buscando, a mi entender, dos objetivos: 1) poner contra las cuerdas a Andrónico Rodríguez para negociar un espacio como candidato a la vicepresidencia o al Senado; 2) pasar factura a su exministro de Economía, a quien confió una sucesión temporal, y poner fin a su carrera política.
En las próximas semanas veremos cómo decanta este escenario. Andrónico está entre seguir la línea estratégica de sus asesores o ceder a la presión de Evo. Hasta ahora, ha sabido navegar entre ambas aguas, dosificando golpes contra Arce y gentilezas hacia Evo. La presión desde el Chapare no ha sido menor; “traidor” es lo menos que le han dicho. Sin embargo, el presidente del Senado ha logrado marcar distancia con Evo. Sus últimas declaraciones revelan una postura clara: nada con Arce, pues el responsable de la crisis económica no es buena compañía.
El ciclo del MAS está agotado, y el país, al borde del colapso.
En este contexto, los estrategas de la izquierda populista apuestan todo para abrirse camino en las elecciones del bicentenario. El fracaso del proyecto socialista, la crisis económica, política y la corrupción institucionalizada los han llevado al extremo de sepultar la sigla del MAS-IPSP, inhabilitar perpetuamente a Evo y aislar a Arce como culpable de la crisis. Así, llegan a la contienda electoral con un candidato joven, mestizo y chapareño, para impulsar un supuesto relanzamiento del proceso de cambio con rostro de renovación.
En el campo de la izquierda populista, las fichas se acomodan. En la oposición democrática no hay movimiento, las campañas se intensifican, el optimismo crece alentando que la depuración natural sea contundente.
Mucha agua pasará por debajo del puente, y también por encima. El 17 de agosto, tendremos la oportunidad de elegir un nuevo rumbo.
Jaime Navarro Tardío
Militante de Unidad Nacional, ex Diputado Nacional y ex Secretario Ejecutivo Nacional de UN.