A lo largo de sus 200 años de historia, Bolivia ha desarrollado una literatura rica en voces, géneros y estilos que han dejado huella no solo por su valor literario, sino también por su impacto político y cultural. Desde el nacimiento del país, los escritores comenzaron a construir lo que hoy conocemos como literatura boliviana.
“Es muy difícil, casi imposible, identificar solo algunas obras entre un universo enorme que abarca 200 años. No obstante, la magnitud del desafío lleva necesariamente a remitirse a los intentos sistemáticos de armar cánones, y entre varios proyectos, considero que la BBB es el más importante e idóneo, debido a la seriedad y metodología de selección y al prestigio del comité seleccionador que, sin duda alguna, tomó como parámetro, entre otros, el ‘valor literario, político y cultural’ de los libros elegidos”, dice a Visión 360 Martín Zelaya, periodista cultural, crítico de literatura y gestor editorial.
Según Zelaya, al hablar exclusivamente de las “obras literarias”, es imprescindible mencionar los clásicos de siempre. Más allá de las preferencias personales, vale preguntarse: ¿por qué estas obras han sobrevivido al paso del tiempo y a los cambios de corrientes y pensamientos, si no es por su indiscutible calidad? Entre ellas se destacan: Juan de la Rosa, de Nataniel Aguirre; Historia de la Villa Imperial de Potosí, de Bartolomé Arzáns; Íntimas y la obra poética de Adela Zamudio; La Prometheida, de Franz Tamayo; Castalia Bárbara, de Ricardo Jaimes Freyre. Ya en el periodo republicano, figuran Sangre de mestizos, de Augusto Céspedes; Cerco de penumbras, de Óscar Cerruto; Felipe Delgado y la fundamental obra poética de Jaime Saenz.
En palabras de Zelaya, toda obra literaria —ya sea ficción, poesía o incluso no ficción con un cariz literario— es, por definición, el reflejo de un tiempo y un espacio. “Muchas trascienden esos límites, y ahí radica su grandeza”, afirma.
“¿Cómo no tomar como paradigma de la Bolivia postcolonial a Juan de la Rosa?, o ¿cómo no seguir leyendo y releyendo las fabulosas (en todo el sentido del término) crónicas de Arzáns? Por otro lado, es evidente que libros ‘recientes’ como Cerco de penumbras y Felipe Delgado son no solo ya reflejos irrebatibles de sociedades y ciudades concretas sino incluso, generadores de imaginarios que se sobrepusieron a la realidad”, sostiene.
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Omar Rocha, docente e investigador de la carrera de Literatura de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA), explica que en el siglo XIX, cuando nace Bolivia, los escritores, desde muy temprano —inmediatamente después de la fundación de la República—, comenzaron a preguntarse: ¿cómo construimos una literatura boliviana?
“Esto era algo que rondaba en sus cabezas todo el tiempo. El razonamiento era el siguiente:
nosotros somos una nación naciente, una nación en proceso de construcción, y por lo tanto debemos inventar, construir una literatura nacional. Así como las grandes naciones tienen sus propias literaturas, nosotros también debemos emprender esa tarea. Sin embargo, enfrentaban algunas dificultades para lograrlo”, sostiene.
Una de esas dificultades, por ejemplo, era el lenguaje. “Percibían que el lenguaje era heredado, que no les pertenecía, que no les correspondía. Las respuestas a esa inquietud fueron muy interesantes. Algunos optaron por nombrar, por ejemplo, el paisaje, lo que nos rodea; eso pasaba a ser parte de la construcción de una literatura nacional”, explica Rocha.
Algunos exaltaron a los héroes y las grandes gestas libertarias, como las de Simón Bolívar y Antonio José de Sucre. “Poco a poco se fue planteando y respondiendo esta pregunta sobre qué debía ser una literatura nacional”, indica Rocha.
Un historiador de la literatura señalaba que “el nacionalismo literario surgió antes que el nacionalismo político”. En esa época, la forma de publicar era principalmente en periódicos y revistas. Según Fernando Unzueta, los géneros predominantes en el siglo XIX no eran la novela, el cuento o la poesía tal como los entendemos hoy, sino otros géneros literarios, según Rocha.
Por ejemplo, el género funerario o los géneros cortos y burlescos, como los epigramas y textos con mucho humor que también generaban crítica social. Había crónicas, textos sarcásticos y humorísticos, a los que calificaban como “mercenarios”.
Rocha sostiene que a finales del siglo XIX el escritor más importante fue Ricardo Jaimes Freire. “Él, junto a Rubén Darío, inventan —y uso sus palabras— esta corriente literaria llamada modernismo, una nueva sensibilidad, una nueva forma de ver la escritura y la poesía. Eso es un hito muy importante no solo en Bolivia, sino en toda Latinoamérica”.
Para el especialista, el siglo XX también fue muy complejo en términos literarios. “Desde los años 20, quizá un poco antes, empiezan a surgir muchas publicaciones lideradas por mujeres, y ese es un hito”, señala, añadiendo que en esa época se publicaban revistas que reivindicaban el papel de las mujeres, sus expectativas en educación y su situación frente a una lógica evidentemente masculina.
Al mismo tiempo, se desarrollaba una construcción de la identidad boliviana. “Se empieza a visibilizar lo indígena, algo que cambia respecto a épocas anteriores”, comenta.
Antes de la Guerra del Chaco surgió una corriente indigenista, influenciada por lo que ocurría en Perú y México, pero que en Bolivia logró algo muy importante. “A partir de, por ejemplo, los descubrimientos de (Arthur) Posnansky, muchos escritores comenzaron a interesarse por el paisaje, el entorno, la influencia de Tiahuanaco y su repercusión”, asegura Rocha.
Todo eso quedó temporalmente eclipsado por la Guerra del Chaco, que fue un sacudón y un golpe para el país. “Después de la guerra surge toda una literatura del Chaco, algo también muy relevante. Podemos mencionar a escritores como Augusto Céspedes y Alberto de Villegas, entre muchos otros ligados a ese tema. Esos momentos en la primera mitad del siglo XX son muy importantes”, destaca.
También aparece Arturo Borda, quien comenzó a escribir desde muy joven durante esa época, junto a otros autores que marcaron el perfil de una vanguardia literaria. “Ahí surge también la voz fundamental de Hilda Mundy, junto con Arturo Borda y otros más”.
Luego, a partir de la Revolución de 1952, llegan nuevos grandes momentos para la literatura boliviana. “Quiero destacar el surgimiento de Carlos Medinaceli, muy importante con su obra La Chaskañawi, que aborda temas fundamentales como el cholaje y la identidad mestiza del boliviano. Además, Medinaceli también se destacó como lector y organizador de la literatura boliviana, lo cual es muy significativo”.
“Después comienzan a surgir escritores fundamentales como Óscar Cerruto, quien planteó una nueva forma de escritura”, agrega Rocha.
Quizá menos apegada al realismo está Los deshabitados, de Marcelo Quiroga Santa Cruz. Estos son hitos que poco a poco fueron transformando la sensibilidad y la escritura en la literatura boliviana.
Ya entrado el siglo XX, hacia finales de los años 70 y en los 80, empiezan a surgir nuevas voces. Jaime Saenz, por ejemplo, fue fundamental e importantísimo, pues fundó quizá un nuevo lenguaje, una nueva forma de vincularse con la escritura y con la ciudad.
Después vienen Adolfo Cárdenas y René Bascopé Aspiazu, quienes están ligados a la escritura desde una modernidad que también privilegia a la ciudad como personaje.
La evolución
¿Cómo ha evolucionado la literatura boliviana desde la Independencia hasta hoy? Según Zelaya, es muy difícil ofrecer una precisión sencilla y en pocas palabras sobre algo tan amplio —en este caso, los múltiples aspectos de la evolución literaria—; sin embargo, se pueden arriesgar algunos niveles de desarrollo y transformación.
“Se debe empezar señalando que más allá de Juan de la Rosa, en la Bolivia recién liberada hubo mucha producción hasta hace muy poco casi desconocida, y que se limitó a folletines en periódicos y entregas por fascículos”, explica el crítico de literatura
Esta parte de la historia de la literatura fue rescatada en el trabajo Ficcionalización de Bolivia: La novela/leyenda del siglo XIX (1847–1896), compilación, estudio, notas y edición de Juan Pablo Soto J.
Luego, de acuerdo con Zelaya, hubo un largo periodo de ausencia de obras de calidad, hasta los libros de Franz Tamayo y Adela Zamudio, enmarcados en la poética modernista que, a su vez, fue sucedida por un costumbrismo plano que perduró mucho más tiempo del deseado y no dejó surgir en su plenitud algunos destellos del vanguardismo (Arturo Borda e Hilda Mundy).
Este rápido repaso, según el especialista, nos lleva luego a la renovación post-Chaco y post-52, con Los deshabitados de Marcelo Quiroga Santa Cruz y el referido libro de cuentos de Cerruto que marcaron un antes y un después, tanto en lo temático como en lo estilístico.
“Vino luego la novela urbana a la luz de Saenz y Urzagasti y, para ser muy sucintos, en las postrimerías del siglo XX surgió el gran cambio de ritmo y enfoque de la mano de Edmundo Paz Soldán y Giovanna Rivero (aunque no debemos olvidar los destellos de renovación previos de la mano de Rocha Monroy, Adolfo Cárdenas y Wolfango Montes)”, concluye Zelaya.