Miedo y censura en ‘Santa Cruz de las letras’

Demetrio Reynolds*demetrioBrilló un rato y se derramó en cenizas, como en la noche de San Juan. Eso fue la llamada “Fiesta literaria” en Santa Cruz. Tenían que reunirse 40 invitados para un encuentro  inédito entre escritores extranjeros y nacionales. La realidad es siempre inferior a las ilusiones: sólo una mitad asistió; hubo un ambiente cargado de dudas y miedos. Pero el epílogo desastroso fue la censura política a dos participantes cubanos.¿Polémica? No hubo tal; no se discutió nada, ni siquiera la censura, que hubiera sido un gran tema.Sin embargo, un periodista de El Deber comentó que se produjo “una polémica, como no se veía en mucho tiempo  en el mundo de la literatura nacional”.  Sí, es verdad; ésta, por inofensiva y ajena en su temática a la realidad nacional, no inquieta a nadie, menos al gobierno por supuesto. Lo de  Santa Cruz  fue  como una piedra que cayó a las aguas quietas de un  estanque dormido. En literatura es siempre mejor cualquier reacción, así sea un escándalo, que la “conspiración del silencio”.A pesar de que muchas veces ha declarado el jefazo que la prensa independiente es su más acérrima enemiga (periodistas incluidos), no hubo un hecho de censura tan flagrante como el del Festival Internacional de ahora último. La censura es la censura, no importa a quién o a quiénes  se quiera poner el bozal. La libertad de expresión es un derecho permanente y universal. En su defensa, se esperaba cuando menos una protesta de los escritores. Y no hubo nada. La denuncia vino de fuera y con ella el festival se difundió profusamente,  pero junto a esa mala nota.¿Qué es lo que no quisieron escuchar de los cubanos? Todo el mundo sabe que en la isla  sobrevive, a manera de dinosaurio político, un enclave del comunismo; que desde hace medio siglo una “monarquía familiar y hereditaria” gobierna el país, que no hay sino un solo partido y una sola prensa controlada. Y la patria de Martí no precisamente es un paraíso. “Cuba por fuera y por dentro”, titulaba la ponencia impedida. Testimonial y combativa, desde hace rato existe la literatura del exilio.  Si se les invitó a sabiendas de que son disidentes (¿o no sabían?), es natural que hablen y escriban  sobre lo que más les afecta en la vida.Cuando debiera ser un escenario de libertad sin restricciones (ese es el espíritu esencial de la literatura) aquel ambiente estuvo contaminado de susceptibilidades. Y es aún más sorprendente  que un escritor sea el principal promotor de la censura. Según Paz Soldán, como un pez que muere por la boca, Homero Carvalho “ha estado muriendo esta semana cada vez que ha abierto la boca”. Al referirse a los escritores cubanos, el tal “pez” manifestó a un medio de prensa: “Yo creo que esta es una movida del gobierno estadounidense en contra de Evo Morales”. Según la demagogia conocida, todo lo malo viene del imperio, ahora incluso para las letras.Se suma a la censura la cobardía o la miopía de  quienes supuestamente son, hoy por hoy, lo más representativo de las letras bolivianas. Para ellos el festival de marras fue una maravilla.  Giovanna Rivero vivió una “linda experiencia”; la organización de la APAC, pese a sus incoherencias, fue “excelente” para Liliana Colanzi. Sebastián Antezana sólo vio  “ímpetu y muchas ganas”, no advirtió siquiera el alevoso turbión que cruzó por su vereda. ¿Parricidio? Ese fue el soberano disparate que estuvo rondando también por los recovecos del deslucido festival. Por lo visto, no es suficiente entusiasmarse; hay que saber hacer las cosas.*El autor es escritor, miembro del PEN BoliviaEl Día – Santa Cruz