Rodó y su crítica del jacobinismo

Emilio Martínez*EMILIO MARTINEZLos autores del Manual del perfecto idiota latinoamericano (1996) situaron al ensayista uruguayo José Enrique Rodó como uno de los predecesores del pensamiento “antiimperialista” o, más precisamente, antinorteamericano de nuestra región.La observación es exacta, toda vez que desde las páginas de su Ariel (1900) Rodó pretendió hacer una crítica del utilitarismo anglosajón, cuestionando a quienes desde el sur buscaban emular el éxito de los Estados Unidos y motejando su actitud de nordomanía.Sin embargo, existe otro Rodó, al que considero más valioso y cuya difusión es el propósito central de estas líneas.Hablamos del pensador de Liberalismo y jacobinismo (1906), libro donde el ensayista estableció un parteaguas entre dos actitudes frente a la razón, la tolerancia, la experiencia y la tradición, mentalidades que aún hoy sirven de fundamento a la derecha liberal y a la izquierda socialista, respectivamente.A propósito de una prohibición de los crucifijos en los hospitales dependientes del Estado uruguayo, Rodó se declaró contrario a esta medida a través de una carta al diario La Razón, donde calificaba de “jacobinismo” la postura asumida por la Comisión Nacional de Caridad.Poco después el doctor Pedro Díaz, que a la sazón representaba al ala izquierda de la misma fuerza política en la que militaba Rodó (el Partido Colorado), replicó a las opiniones del ensayista, quien a su vez respondió con sus Contrarréplicas, que le sirvieron para componer el libro Liberalismo y jacobinismo.Veamos algunos pasajes capitales del texto de Rodó:“Hay inexactitud en la manera como usted califica la resolución sobre que versa su consulta, al llamarla «acto de extremo y radical liberalismo».¿Liberalismo? No: digamos mejor «jacobinismo». Se trata, efectivamente, de un hecho de franca intolerancia y de estrecha incomprensión moral e histórica, absolutamente inconciliable con la idea de elevada equidad y de amplitud generosa que va incluida en toda legítima acepción del liberalismo, cualesquiera que sean los epítetos con que se refuerce o extreme la significación de esta palabra.Un profesor de filosofía que, encontrando en el testero de su aula, el busto de Sócrates, fundador del pensamiento filosófico, le hiciera retirar de allí; una academia literaria española que ordenase quitar del salón de sus sesiones la efigie de Cervantes; un parlamento argentino que dispusiera que las estatuas de San Martín o de Belgrano fueran derribadas para no ser repuestas; un círculo de impresores que acordase que el retrato de Gutemberg dejase de presidir sus deliberaciones sociales, suscitarían, sin duda, nuestro asombro, y no nos sería necesario más que el sentido intuitivo de la primera impresión para calificar la incongruencia de su conducta. (…)No es necesario afanarse mucho tiempo para encontrar el rastro de esa lógica: es la lógica en línea recta del jacobinismo, que así lleva a las construcciones idealistas de Condorcet o de Robespierre como a los atropellos inicuos de la intolerancia revolucionaria; y que, por lo mismo que sigue una regularidad geométrica en el terreno de la abstracción y de la fórmula, conduce fatalmente a los más absurdos extremos y a las más irritantes injusticias, cuando se la transporta a la esfera real y palpitante de los sentimientos y los actos humanos. (…)El jacobinismo, que con relación a los hechos del presente tiene por lema: «La intolerancia contra la intolerancia», tiene por característica, con relación a las cosas y a los sentimientos del pasado, esa funesta pasión de impiedad histórica que conduce a no mirar en las tradiciones y creencias en que fructificó el espíritu de otras edades, más que el límite, el error, la negación, y no lo afirmativo, lo perdurable, lo fecundo, lo que mantiene la continuidad solidaria de las generaciones (…)”.Como se ve, Rodó realiza una crítica del racionalismo abstracto jacobino, a la manera de lo ensayado por Edmund Burke en sus Reflexiones sobre la revolución francesa. No es casual esta similitud con el old whig, hoy disputado por el liberalismo clásico y el conservadurismo moderado.Ambos realizaron un parecido deslinde entre las dos corrientes de la Ilustración: aquella que derivó hacia el culto a la razón, siendo origen tanto del despotismo ilustrado como del Terror y más contemporáneamente de las ingenierías sociales de izquierda; contra la vertiente moderada que reconoce el valor del conocimiento acumulado en las costumbres, pregonando la renovación sin rupturas y el gradualismo en las reformas políticas.Recientemente, Yuval Levin ha reactualizado la histórica disputa entre Burke y Thomas Paine en El Gran Debate (2014), identificándolos como los polos más representativos de estas corrientes en el mundo intelectual anglosajón y encontrando en su controversia las raíces genealógicas de la derecha y la izquierda norteamericanas.Una genealogía de las ideas políticas en nuestra región no debería prescindir de la lectura de Liberalismo y jacobinismo como un texto fundacional para la centro-derecha latinoamericana.*Escritor y ensayista político