El Alto, la urbe de los ocho nombres, cumple 36 años con cuatro desafíos

 

La industrialización unida al encadenamiento productivo, la seguridad ciudadana, la conflictividad social que obliga a marchas y las vías de acceso son los retos mayores de la ciudad emergente y pujante.

Jorge H. Quispe C.   /La Paz



Alax pacha, Ichu Kollo, Altos de Chacaltaya, Altos de Lima, Altos de Nuestra Señora de La Paz, Altos de la Batalla, Alto de La Paz o, simplemente, la ciudad de El Alto cumple hoy 36 años. La segunda urbe más poblada del país encara   al menos cuatro retos:   industrialización, vías de acceso, seguridad ciudadana  y cambiar la corporativización sindical.

Ubicada a más de 4.150 metros de altitud, la urbe  tuvo ocho nombres desde tiempos precolombinos, durante el periodo de independencia, la República y hasta nuestros días, según identificó el historiador alteño Jhonny Fernández Rojas.

Pujante, rebelde y emprendedora, la ciudad  tiene una población de 943.600 habitantes, según una proyección del Instituto Nacional de Estadísticas, y  crece al impulso de sus necesidades.

De acuerdo con el sociólogo Carlos Laruta, el artista y creador de la arquitectura neoandina Freddy Mamani y los industriales Raúl Crespo e Ibo Blazicevic, El Alto tiene cuatro retos para apuntalarse como ciudad multicultural, segura e industrial con proyección a los mercados del norte chileno y el sur peruano.

La industrialización

Blazicevic, presidente de la Cámara Nacional de la Industria (CNI), cree que las Pymes (pequeñas y medianas empresas) de El Alto deben apuntar a formalizar su actividad. “Hay un alto número de alteños que trabajan de manera informal  porque el precio de lo formal es muy alto debido a que las autoridades persiguen a los formales y no  a los informales”, dice.

Blazicevic cree que se debe trabajar en  equilibrio para la formalización de las Pymes alteñas, a través de políticas municipales y nacionales, con el fin de que  los emprendedores tengan ventajas, por ejemplo, con ayuda con  el sistema financiero.

“Hay que impulsar los encadenamientos productivos con las industrias grandes para que ellos puedan usar los productos de las Pymes alteñas”, precisa.

Raúl Crespo, presidente de la Cadinpaz (Cámara Departamental de Industrias de La Paz), revela que hasta 2010 en El Alto habían unas 32.000 industrias; pero por el incremento del contrabando y los problemas sociales “la cifra se redujo sustantivamente”.

Crespo, que trabaja en la zona industrial de El Kenko, afirma que en los últimos 10  años la urbe vino “sufriendo un proceso de desindustrialización que se agravó  con la pandemia y por eso muchas empresas han tenido que cerrar”. No hay datos oficiales de cuántas industrias alteñas dejaron de operar debido a la emergencia.

Ante ello, Crespo propone reponer los incentivos impositivos que estuvieron vigentes hasta 2016. “En El Alto las trabas burocráticas y toda la tramitología ahuyentan a los industriales”, recalca.

Añade que la urbe precisa un Parque Industrial, dotado de todos los servicios y accesos carreteros para que las industrias lleguen. En algunos casos, las  industrias tuvieron que hacer  sus propias conexiones de alcantarillado.

A propósito, el sociólogo Carlos Laruta recuerda la experiencia del ATPDEA (Ley de Preferencias Arancelarias Andinas y Erradicación de Drogas), que se cerró en 2008, y que permitió que miles de textileros alteños exporten sus productos a Estados Unidos.

Muro sindical 

En 2019, El Alto llegó a tener tres federaciones de juntas vecinales. Y a nadie extraña que dirigentes vecinales, gremiales y de otros sectores obliguen a sus afiliados, bajo amenaza de multa, a ir a marchas.

En 2003, la frase “¡El Alto de pie! ¡Nunca de rodillas!”, hizo estremecer al gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada, quien tuvo que dimitir tras la Guerra del Gas. No obstante aquella rebeldía que promovió cambios sociales y políticos ahora es usada por algunos dirigentes sindicales para sus intereses.

Laruta califica este fenómeno como un  “corporativismo antidemocrático” que utilizan las organizaciones sociales “para obligar a marchar y a que los alteños se confronten unos con otros. Ese corporativismo le hace daño a la ciudad”, sostiene.

Después de la Guerra del Gas de 2003 y la crisis poselectoral de 2019  varias industrias  dejaron la ciudad alteña.

La seguridad ciudadana 

Uno de los mayores retos en El Alto es mejorar la seguridad ciudadana. Este factor es apuntado también por los industriales como una traba para que no asienten más  emprendimientos en la urbe.

“Otro problema es el peligro y la inseguridad ciudadana, porque la Policía no existe, hay postas, pero no hay efectivos. Entonces es una ciudad en algún grado insegura y eso hace que  se vaya retrasando y pierda oportunidades”, afirma Crespo. Añade que en algunos casos, las Pymes deben contratar sus propios guardias de seguridad privada para resguardar sus propiedades.

Un estudio de 2019 realizado por el Observatorio Boliviano de Seguridad Ciudadana concluyó: “El Alto es la ciudad más insegura y vulnerable a nivel nacional. Allí ocurre la mayor cantidad de delitos, principalmente en cuatro grupos: delitos contra la vida, violencia familiar o doméstica, trata y tráfico y libertad sexual”.

En El Alto, en muchos casos, se aplica la justicia vecinal ante la escasa presencia policial, pese a los intentos de la Alcaldía de llevar adelante planes de alarmas vecinales y otros proyectos de prevención ante la inseguridad.

Industrias  y  Pymes  alteñas  buscan posicionarse.

Foto:Freddy Barragán / Página Siete

Las vías de acceso 

En 2014, el recordado sacerdote Sebastian Obermaier presentó su proyecto vial llamado Ratuki, que significa rápido en aymara, ante el gran caos vehicular que asfixia al sector de la Ceja y alrededores. Desde allí,  los motorizados tardan hasta casi una hora en cruzar de un sector a otro.

“Las vías de acceso a El Alto son difíciles de flanquear. Es cierto que se mejoró la autopista, pero desde la Ceja no encuentras vías para acceder a las otras zonas, entre ellas el sector donde están asentadas las industrias (Senkata y El Kenko y otras)”, dice Crespo.

A ello se suma la presencia de las flotas interdepartamentales que aún cargan pasajeros en las calles 6 y 7, aledañas a la avenida 6 de Marzo que también causan un enorme atolladero. Hasta la fecha y por peleas entre sindicatos de transportistas, la nueva terminal de buses inaugurada en febrero no opera en toda su capacidad.

Crespo y Laruta coinciden en  que El Alto interconectado con otros municipios del área andina  bien podría ser el gran articulador del comercio con el sur de Perú y el norte de Chile que desembocan al océano Pacífico.

Un cholet,  una arquitectura  andina que deslumbra.
Foto:Freddy Mamani

Ciudad multicultural

Hay otras preocupaciones también en El Alto. El artista Freddy Mamani, creador de los diseños del neoandino o cholets, señala que la educación debe es uno de los grandes retos. “Muchos, como yo, venimos de las provincias con el sueño también de acceder a la educación y creo que eso debe mejorarse en beneficio de nuestros niños y jóvenes”, precisa.

Mamani recalca que  la urbe alteña es rica en artes y cultura. Basta con citar que allí emergió la Orquesta Sinfónica de El Alto y Teatro Trono, encabezado por el fallecido gestor   Iván Nogales.

En El Alto también nació Wayna Tambo y  la rima de Abraham Bohorquez, Ukamu y Ke, cuyo hip hop en aymara se reproduce en centenares de jóvenes  que reivindican la rebeldía de esa Ciudad Revolucionaria Heroica y Defensora de los Recursos Naturales,  título que le dio el Senado en 2015.

 

 Una larga historia con  ocho nombres

Desde los tiempos precoloniales cuando la conocían como Alax Pacha, pasando por la Colonia cuando fue bautizada como Ichu Kollo, luego Altos de Chacaltaya, Altos de Lima, Altos de Nuestra Señora de La Paz, Altos de la Batalla, Alto de La Paz y la actual ciudad de El Alto tuvo al menos ocho nombres, según el historiador alteño Jhonny Fernández Rojas.

Hace más de 60 años, El Alto apareció en el escenario nacional con sus primeras urbanizaciones, sin embargo, las evidencias hablan de una historia de aproximadamente 800 años, tiempo en el que ese espacio tuvo ocho nombres.

En la época de la precolonia, cuando aún se constituía en un paso obligado de intercomunicación entre los pueblos andinos, se la identificaba como Alax Pacha, vocablo aymara que significa el horizonte, una fusión final entre la tierra y el cielo.

Antes de la llegada de los españoles, los aymaras y después los quechuas, la reconocian  como Ichu Kollo (cerro o colina de paja), primero; y como Altos de Chacaltaya, después. Allí ya  se había habilitado senderos permanentes que permitían un precario comercio entre los pueblos del altiplano. El nombre hacía referencia además al nevado.

Con la llegada de los españoles en los primeros años del siglo XVI, El Alto fue bautizada por los conquistadores como Altos de Lima.

La fundación de La Paz por Alonso de Mendoza en 1548,  motivó a que esta región fuera conocida como Altos de Nuestra Señora de La Paz. Actualmente una de sus zonas  aún se llama Alto Lima.

Más tarde, durante El Cerco a La Paz en 1781, Tupac Katari, Bartolina Sisa y su ejército identificaron la ciudad como  Altos de la Batalla, porque ahí estaban asentados sus cuarteles.

 En 1899   tropas parten a la Guerra del Acre desde El Alto.
Foto:Museo histórico de El Alto

Fernández revela que una de las primeras zonas de El Alto podría ser  Faro Murillo, que los indígenas  bautizaron  como Alto de Potosí, porque desde ahí se va al sur.

No obstante, se conoce de manera oficial que, desde los primeros años del siglo XX, específicamente desde la inauguración del ferrocarril La Paz-Guaqui cuya terminal estaba fijada en esta región, se la conoció como Alto de La Paz, nombre respaldado por el Tratado de 1904 con Chile, en su artículo 3º utiliza ese denominativo.

Este fue el nombre que se extendió hasta el 6 de marzo de 1985, cuando se promulgó la Ley 628 que la denominó El Alto, en atención a la creación de la Cuarta Sección de la provincia Murillo, con su capital El Alto. Hecho que significó su  separación   de La Paz.