Y los hombres del régimen se enredaron en sus propias mentiras… Así podrían resumirse los capítulos más recientes de la telenovela del poder, donde una serie de figuras burocráticas, entre pintorescas y terroríficas, compiten en un acelerado concurso de lavado de manos, para descargarse las responsabilidades por el abominable operativo de represión contra los indígenas del pasado 25 de septiembre.
De lo que se trata, al tiempo de evadir las culpas respectivas, es de cargar a otro colega con el fardo, y así es como vemos al ex ministro Sacha Llorenti y el ex viceministro Marcos Farfán señalándose mutuamente con el dedo, mientras dicen al unísono: “Yo no fui, fue Teté”.
Mientras uno acusa de manera inverosímil a su ex subordinado de actuar por su cuenta, el otro le recuerda a su anterior jefe su actuación en el caso, momento en el que salta un tercero en discordia, el actual ministro de gobierno, Wilfredo Chávez, a pedir un careo judicial entre sus compañeros.
A decir verdad, si quisiera llegarse al tuétano de los acontecimientos de Yucumo, el “careo revolucionario” debería incluirlo también a él, además del director de régimen interior, Boris Villegas, el vicepresidente García Linera y el propio presidente Morales.
¿Es que alguien puede creer realmente que aviones de la Fuerza Aérea y caimanes del Ejército pudieron ser movilizados sin la anuencia de la cabeza del Órgano Ejecutivo?
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Evo, servidor de dos patrones
Luego de la promulgación de la Ley corta del TIPNIS, Evo Morales parece haber seguido una estrategia bipolar, cediendo simultáneamente a dos “patrones”.
Por un lado, cede a sus “bases” cocaleras del Chapare, impulsando un Plan B para llevar adelante la “rodovía da cocaína”, mientras al mismo tiempo cede ante Estados Unidos y firma un acuerdo marco que desactiva buena parte de su discurso antiimperialista.
Se trata, sin duda, de medidas casi desesperadas en un contexto de desarticulación de su proyecto político, pero, ¿hasta qué punto será sostenible en el tiempo esta duplicidad?