Karen Arauz
Cuando el Presidente Melgarejo mandó a fusilar su camisa tenía sobradas razones. Según sus cálculos, veinticuatro intentos de derrocarlo ameritaba una ejemplarizadora lección y ante la falta de conspiradores físicamente visibles y para graficar su gran desconfianza, mandó disparar su prenda de vestir. Esta reacción nunca debe ser considerada paranoica. El poder es presa fácil de inseguridades y los enemigos, es verdad, están escondidos detrás de cada árbol.
Debe de ser terrible erigirse en la suma del poder. ¿En quién confiar? La gente debería ser más condescendiente con los hombres del poder que tienen que lidiar con tal cantidad de oponentes que ya ni siquiera los pueden identificar y menos las causas de tanta perfidia. Pero es obvio que las cosas que provocan tanta sospecha, tienen una explicación.
Es absolutamente lógico pensar que los recurrentes cortes de energía en el país, son obra de infiltrados que se dan a la tarea de andar apagando la luz de tal modo que se desmiente totalmente que las falencias de las empresas de energía se puedan deber a la falta de planificación como en principio declaró el mismísimo Presidente. Confesó que no habían pensado que se utilizarían ni más focos, ni tampoco que se instalarían empresitas, medianas y grandes empresas que consumen energía. Pero luego, apoyado seguramente por algún informe de inteligencia, blanqueó la verdad: existen técnicos saboteadores Y encima mentirosos. Qué difícil manejar así un país. Sobre las inversiones, no hay dudas. Como son inexistentes, no hay por qué desconfiar.
Ya la marcha del Tipnis le causó gran zozobra a SE. ¿Cómo confiar en los indígenas? Calificó de “sui géneris” a la marcha. Por supuesto que no se refería al dúo Charly García – Nito Mestre, sino al derivado del latín que significa de “su propio género o especie”. Como sea, la desconfianza está ahí. Y no es para menos. Los indígenas que tuvieron al país pendiente por más de dos meses y que venían con hijos pequeños tratando de evitar que se partiera en dos su territorio ancestral, no son dignos de confianza. Fueron creíbles hasta ahora que, gracias a la perspicacia presidencial, recién se descubre que no pescan, cultivan ni cazan pequeños animales para subsistir por generaciones, sino que están detrás de la creación de su propio partido forjando liderazgos políticos indígenas como si él no existiera.
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Para mayor abundamiento, una casi lúcida viceministra tan apegada a la ley que es un ejemplo, decidió hacer valer lo “intangible” de la Ley Corta sin esperar ni un minuto más por la reglamentación. Ha descubierto casualmente, que las certificaciones ambientales tanto para la empresa de turismo como para la caza controlada de caimanes -que estaba autorizada- tenían errores. Así que ningún turista nunca más podrá ir al Tipnis a conocer lo que es una reserva de fauna y flora única en el mundo ni podrá fotografiar a los indígenas tejiendo cestas de palma. Y los caimanes se volverán peste endémica. O tal vez en Caimanbol, el próximo exitoso emprendimiento empresarial del gobierno con algún Quintana como máximo ejecutivo. Ambas licencias fueron emitidas por esta misma administración. Realmente es como para fusilar a una camisa, además de a un pantalón.
Y sobre el mismo tema, es un alivio para todos que la gran suspicacia de SE en el gobierno y en los Estados Unidos en su conjunto, haya sido superada. Qué bueno que la confianza volvió de tal modo que las relaciones entre pares se estén normalizando. Después de tantos intentos para derrocar, desprestigiar y financiar protestas en su contra, la cordura se impone en el norte y en demostración de que son dignos de confianza, ni siquiera a la DEA traerán. Bastante el sofocón cuando SE deseaba ir en su avión de jeque a Nueva York y no se animaba porque estaba segurísimo de que los gringos le tenían una trampa preparada y algo feo le plantarían para implicarlo. Al pobre general Sanabria le sucedió por no saber desconfiar.
Que terrible vivir rodeado de recelo debiendo tener precaución hasta de la gente a la que más amparo se le ha brindado. Recuerdo que allá por el 2008, me apenó la declaración de SE dé que no tenía confianza en algunos de los Comandantes de las Fuerzas Armadas. Eso ha sido por suerte solucionado. Todos ellos son -hoy por hoy- el prototipo de la convicción absoluta, además de conmovedores devotos a la causa.
Es claro que Demófilo, Obispo de Constantinopla, no sufrió en carne propia lo de vivir soportando el tormento de la desconfianza -pues de ser así- nunca habría escrito: “la sospecha es indicio de un alma baja; el que desconfía de todos es digno de que nadie se fíe de él; porque el hombre aprende en su corazón el engaño y mide por los suyos, los pensamientos ajenos”.