En la historia de Bolivia, pocos momentos han sido tan dramáticos como aquellos en los que un país al borde del abismo ha debido confiar su destino a quienes lo gobiernan. El caso de Hernán Siles Zuazo en los años ochenta y el de Luis Arce en la actualidad, nos ofrece un contraste elocuente entre lo que define a un estadista que ama a su país y lo que delata a un simple burócrata impostor que se sirve de las arengas patrióticas. Ambos heredaron economías devastadas (en el caso de Arce, la heredo de él mismo), ambos enfrentaron descontento social, pero solo uno entendió que gobernar no es solo administrar el presente, sino proyectar el futuro.
Siles Zuazo no era un iluso ni un improvisado. Bolivia salía de una seguidilla de regímenes dictatoriales. Comprendía que la democracia era frágil y que su consolidación exigía sacrificios. Gobernó en un tiempo en el que la inflación devoraba salarios en cuestión de horas, en el que los sindicatos paralizaban el país y las conspiraciones militares acechaban en las sombras. No tenía la solución mágica ni el poder absoluto, pero tenía algo más valioso y era una convicción democrática inquebrantable. Cuando vio que su presencia en el poder podía llevar al país a un colapso mayor, entregó el mando antes de tiempo. Su grandeza no estuvo en mantenerse a flote, sino en saber cuándo hacerse a un lado.
Arce, en cambio, enfrenta su propia crisis con una ceguera voluntaria. Su gobierno no es un proyecto de reconstrucción, sino una huida hacia adelante. No busca soluciones, busca culpables. No toma decisiones difíciles, las posterga. La única conspiración militar que tuvo fue el ridículo teatro (mal montado) del 26 de julio. Mientras Bolivia se desliza hacia un colapso, un estancamiento del que costará muchísimo salir, el presidente se aferra a fórmulas agotadas, a recetas ideológicas importadas de países más miserables que el nuestro, a un estatismo que no es sinónimo de justicia social, sino de ineficiencia burocrática. La tibieza de Arce, es solo comparada con la de Mesa.
La diferencia entre un líder y un burócrata es la capacidad de ver más allá de su propio tiempo. Siles Zuazo entendía que su misión no era ganar la siguiente elección, sino sentar las bases de una democracia que sobreviviera generaciones. En cambio, Arce gobierna con la vista puesta en el inmediato plazo, en la siguiente jugada política, en la preservación de un poder que ya no es un medio, sino un fin.
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Gobernar un país no es solo una cuestión de números, decretos y discursos tibios y pedorros. Es, sobre todo, un acto moral. Es la voluntad de construir algo que nos trascienda y nos sobreviva, de dejar una nación mejor de la que se recibió. Siles Zuazo lo comprendió, y por eso su nombre pertenece a la noble historia. Arce ha sido víctima de sí mismo, es un mandatario sin legado y está condenado a la irrelevancia. Es el peor presidente de la historia de Bolivia.
Marcelo Ugalde Castrillo
Político y empresario