Emilio Martínez Cardona
Que el Estado boliviano debe ser reducido de tamaño y podado de sus capacidades intervencionistas en la economía es evidente, lo que no se contradice en absoluto con la idea de fortalecer la meritocracia en las áreas del aparato público que subsistirán. Ambas nociones parecen más bien complementarias.
Una de las zonas en las que debería introducirse una mayor meritocracia es en la enseñanza fiscal, primaria y secundaria, donde los mejor preparados, así sean los principales expertos del país en la materia, generalmente no pueden ser docentes si no cuentan con un título de normalistas (la “profesión libre” es considerada sólo una excepción).
Hace algún tiempo, el pedagogo Álvaro Puente recordaba en una entrevista que “cuando Noel Kempff, el mejor biólogo que teníamos, estuvo dispuesto a dar clases, salieron a decir que no tenía derecho”. Y agregaba que “en Bolivia un doctor en pedagogía no tiene campo en el sistema educativo, tiene que haber salido de la Normal. Lo primero es cambiar la selección de los maestros. (…) El Estado es el único que forma profesores y es el que da la peor formación” (De Frente, 02/02/2023).
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Entonces, no se trata siquiera de gastar más en algún área, sino simplemente de permitir que entren los mejores, eliminando requisitos de captura sindical como el descrito en los anteriores párrafos, un monopolio que únicamente beneficia a la cúpula burocrática-dirigencial del magisterio.
Si vemos al mundo, resalta el ejemplo de Finlandia, como un lugar donde la docencia en la educación pública es considerada una de las profesiones más prestigiosas y valoradas. Por supuesto, con sueldos competitivos y con mecanismos de selección tan exigentes que sólo un 20% de los postulantes llega a ocupar los cargos buscados. Esto no es impedimento para que el país tenga una inflación de apenas el 0,5% y es fundamental para que Finlandia se sitúe todos los años entre los primeros lugares mundiales en el Índice de Desarrollo Humano de Naciones Unidas.
Una visión donde la enseñanza pública abra las puertas a los mejores profesionales tampoco se contradice con la posibilidad de introducir gradualmente vouchers o cheques educativos (habrá que volver a leer sobre los “sofismas de falsa oposición” de los que hablaba el filósofo Carlos Vaz Ferreira).
La educación es sólo un caso de cómo el Estado debería hacerse atractivo, o al menos no refractario, para los más talentosos o calificados.
Otro espacio es, por supuesto, el Servicio Exterior, tan sometido por casi dos décadas a una postergación de los diplomáticos de carrera frente a los designados por afinidad ideológica o por los avales de los “movimientos sociales”.