La OEA y la mediterraneidad de Bolivia


Sergio P. Luis

ABAROA “Ya no basta con un punto en el temario de la Asamblea de la OEA que sólo prevea información sobre el problema de la mediterraneidad de Bolivia”.

Hay un alboroto porque en la reunión de la Asamblea General de la OEA, celebrada en Lima, Perú, no se aprobó ninguna resolución en la que se inste a Chile a llegar a una solución negociada de la mediterraneidad a la que está confinada Bolivia desde la guerra de 1879.



En 1979, luego de las frustradas negociaciones 1975, la Asamblea General de la OEA reunida en La Paz, aprobó con el voto de todos sus miembros –salvo Chile–, poner de manifiesto un muy claro apoyo continental a la causa marítima de Bolivia. Ese apoyo se repitió, en la misma forma, durante varios muchos años, hasta que la Asamblea resolvió que el tema marítimo sea inscrito en todas las agendas de las reuniones de la Asamblea General para recibir información sobre el avance de eventuales negociaciones entre Bolivia y Chile sobre este importante asunto.

Al advenimiento del gobierno de la Concertación en Chile, hubo la esperanza de que se abrieran perspectivas para una solución satisfactoria de la mediterraneidad de Bolivia. Hubo, entonces, momentos de distensión. La gestión reiterada para obtener nuevas resoluciones de la Asamblea General de la OEA se desgastó. Se eligió, entonces, el camino de las tratativas bilaterales –públicas y reservadas– ante una aparente buena disposición chilena de negociar. Era la era post pinochetista.

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Hubo acercamientos como en la reunión de Algarve en Portugal, donde, al decir de la cancillería boliviana, se pudo reponer en la agenda bilateral el tema de la mediterraneidad de Bolivia. También hubo frustraciones, como el proyecto de instalar en la costa chilena una planta de procesamiento de gas boliviano para su exportación a mercados de México y de California, Estados Unidos. Vino, entonces, la estridente e inconducente política con Chile delineada por el gobierno de Carlos Mesa.

Posteriormente, en la breve gestión del presidente Eduardo Rodríguez Veltzé, se consiguió destrabar el diálogo, hasta las elecciones de diciembre de 2005, que dieron nacimiento al régimen de Evo Morales que, hasta entonces, fue radical en la política con Chile.

Entonces vino el viraje. Las relaciones de la presidente Michelle Bachelet de Chile y de Evo Morales de Bolivia, fueron fluidas, sin contradicciones públicas. El Gobierno de la concertación de Chile notoriamente se acercaba a Evo –nada, sin embargo, sobre la mediterraneidad– y aceptó una agenda de 13 puntos, poco explicada que, según el Canciller boliviano, preveía negociaciones sobre la mediterraneidad de Bolivia.

Durante el gobierno de la señora Bachelet, las relaciones entre Bolivia y Chile pasaron por su mejor momento desde 1975.

Los tiempos cambian. En Chile hay un nuevo gobierno. El presidente Sebastián Piñera, antes de asumir su cargo, fijó una línea durísima con relación a la mediterraneidad de Bolivia: Nada de soberanía, nada de cesiones a Bolivia… Y no ha cambiado esa línea. El presidente de Bolivia, ingenuamente, dijo que Piñera es su amigo, pese a las diferencias ideológicas, dando a entender que así lograría una apertura chilena en el tema de la mediterraneidad.

La verdad es que estamos en el mismo punto que en 1979. Ya no basta con un punto en el temario de la Asamblea de la OEA que sólo prevea información sobre el problema de la mediterraneidad de Bolivia. Se dice que el gobierno del MAS cuenta con muchos gobiernos amigos en América: los de la ALBA (Venezuela, Ecuador y Nicaragua), Argentina, Brasil, Uruguay, etc. lo que pudo facilitar la reiteración del apoyo a Bolivia, ante un Chile nuevamente cerrado a la negociación para una solución justa a la mediterraneidad. No hacerlo, muestra carencia de ideas o, lo que es peor, complejos deplorables.