Marcelo Ostria Trigo
Se dice que la historia se repite. Esta afirmación, muy difundida y extensamente compartida, coincide con la proposición planteada por Arnold Toynbee de que nada puede salvar a las civilizaciones de cometer los mismos errores de sus predecesoras. “No se trata de una curiosidad meramente académica. Si esas leyes existen, entonces podemos deducir cómo evolucionará nuestra propia sociedad… Y se da el caso de que en esas sociedades anteriores, la democracia terminó por dejar paso a la tiranía, con el advenimiento de lo que se llama "cesarismo"… (Luís del Pino. Libertad Digital. 14.09.2008).
Habrá que reconocer que en la historia de muchos países –en Bolivia ciertamente esto es fácilmente comprobable– hay paralelismos, representados por ciclos políticos contradictorios. Es el “corsi e ricorsi” que resume la teoría de G.B. Vico, expuesta ya en el siglo XVII, “sobre el carácter pendular que tiende a oscilar hacia los extremos pero al mismo tiempo buscando siempre un punto de equilibrio dinámico hacia el centro” (V. Ángel Lombardi).
Si se comparte lo anterior, hay ceguera –o ignorancia, simulación y auto engaño– en no aceptar que inexorablemente, como cualquier otro, terminará el actual ciclo populista en Latinoamérica. Las enseñanzas de la historia –en verdad se refieren a la probabilidad de la repetición de éxitos y fracasos, de acciones loables y conductas condenables– niegan que, en hipótesis o en la realidad, haya imperios o regímenes que puedan pervivir eternamente, supuestamente por haber llegado a la perfección.
Pero aún así, el cesarismo negador de la libertad y del derecho a la disidencia, cualquiera sea su signo, procura pervivir eliminando toda oposición que le permitiría cambiar rumbos equivocados contribuyendo al equilibrio político. Así surge el denominador común de las dictaduras: todo lo que proviene del adversario es condenable y socava las bases de su proceso –“de cambio” se lo llama en Bolivia– diseñado para su continuidad indefinida. Y como predomina la idea de que en toda oposición hay propósitos espurios, se crea mecanismos para la persecución política.
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La especial aversión a la crítica, a la opinión independiente y a la propuesta de diferentes caminos políticos, exacerba la intolerancia. Este es el caso del régimen populista venezolano. El cierre de los canales de televisión privados, ha culminado con la sañuda persecución de Guillermo Zuloaga, el accionista mayoritario de Globovisión, el último canal independiente de televisión venezolano que había sobrevivido a la avalancha chavista contra la libre expresión.
La percepción internacional sobre la naturaleza del régimen “bolivariano” ha comenzado a variar; ya se advierte con claridad el carácter totalitario del régimen de Hugo Chávez. La Relatora Especial para la Libertad de Prensa de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), Catalina Botero, afirmó hace pocos días que en Venezuela "la ley criminal ha sido utilizada para encarcelar a periodistas y otros a los que el Gobierno acusa de ofender a funcionarios o instituciones públicas". Y conste que no es mejor la situación de la prensa en otros países miembros de la ALBA.
Estos cuestionamientos no se limitan a violaciones de la libertad de expresión. También en Venezuela, expresión del populismo compartido por sus socios de la ALBA, hay una sistemática violación de los derechos humanos. Esto lo registra la CIDH. El gobierno “bolivariano” se ha negado a permitir que la entidad interamericana investigue “in situ” las graves denuncias.
El experimento populista que ahora abarca a varios países de la región, no es perdurable. El repudio generalizado a una dictadura es el comienzo de su fin. El péndulo, tarde o temprano, se mueve, y ahora esto empieza a suceder.
Siempre habrá nuevas oportunidades para aprender de las lecciones de la historia y evitar los errores y desmanes de los “elegidos”.